Nunca he sido cafetera. No he disfrutado el ritual cafetero de aquellos que se mueren por una taza de ese líquido mágico. Bueno, hasta hace poco. Es sorprendente cómo vamos cambiando con el paso del tiempo. Lo que antes, ni por asomo, ahora gusta. Así que mejor no limitarse. Mejor dejarse llevar. Es una de las enseñanzas de la vida. Hace unos días pedí el riquísimo Nestlé Frappélatte y me enganché. Una especie de batido helado de café al que puedes echarle nata, canela o, en mi caso, chocolate, cosa que recomiendo encarecidamente. A riesgo de resultar algo dulce, es un placer para estos calores. Los hay en dos tamaños, pero el pequeño es perfecto. A ver quién se resiste...
PS.
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